El texto que sigue está extraído de la charla impartida por la referente ecofeminista Yayo Herrero, organizada por Escoles per la Sostenibilitat y Escoles Coeducatives, de las asociaciones de familias de las escuelas públicas de Sant Cugat (Barcelona).
7 acciones básicas para incorporar el ecofeminismo y la ética de los cuidados en la mirada curricular de escuelas e institutos.
La vida en el centro de la experiencia
El currículo debe integrar de manera transversal aquellos elementos que permitan comprender los conceptos de eco-dependencia e interdependencia. Por ejemplo, al abordar el tema del agua, el enfoque curricular debería ir más allá del simple aprendizaje sobre el ciclo del agua como un proceso externo, y promover una comprensión profunda de cómo el agua forma parte esencial de nosotros. No se trata solo de conocer su ciclo, sino de cuestionar quién controla el acceso al agua, qué implica su privatización, quiénes se benefician de este proceso y quiénes quedan excluidos.
Otro ejemplo es el análisis de la esperanza de vida. Comprender por qué las personas que residen en zonas más ricas pueden vivir una década más que aquellas en zonas desfavorecidas dentro de la misma ciudad, nos lleva a reflexionar sobre los factores que realmente sostienen la vida y su calidad en distintos contextos.
El objetivo de esta aproximación es superar una visión culturalmente arraigada, que observa la naturaleza desde una perspectiva de superioridad y separación, como si esta existiera exclusivamente para nuestro uso. Se trata de trascender una mirada externa, utilitarista e instrumental de la naturaleza.
Tejer vínculos con el territorio más próximo
Fortalecer los vínculos con el entorno cercano es fundamental. La escuela no puede ni debe ser un espacio aislado de su contexto; debe abrirse e integrarse activamente con su comunidad. Esto implica la participación de personas de movimientos sociales, vecinas y vecinos, comerciantes del barrio y, por supuesto, las familias. Estas conexiones permiten que la educación sea una experiencia viva y vinculada a las realidades del territorio.
Es esencial, además, comprender que la escuela es parte de un tejido social y geográfico específico. Esto implica, por ejemplo, analizar cuestiones como la disposición de los semáforos o la ubicación de los pasos de cebra. En algunos centros educativos, este tipo de observaciones han generado proyectos de micropolítica urbana, que no solo buscan mejorar la seguridad vial, sino que fomentan el sentido crítico y la participación activa de toda la comunidad educativa. La escuela se convierte así en un agente de cambio, que impulsa transformaciones significativas en su entorno inmediato.
Este enfoque permite que el alumnado y la comunidad educativa en general asuman un rol activo en la planificación y mejora del barrio, generando una mayor sensibilidad hacia las problemáticas locales. Además, fomenta el desarrollo de competencias ciudadanas y el sentido de pertenencia, al verse como participantes directos en la creación de un espacio común más justo y accesible.
A través de estas prácticas, la escuela no solo educa en el aula, sino que también enseña a leer, interpretar y transformar su propio territorio, promoviendo una ciudadanía activa y comprometida con el bien común.
Fomentar y celebrar la diversidad
La diversidad es el patrón fundamental de la vida; la naturaleza misma es una estrategia de adaptación y resiliencia basada en la diversidad. La vida se sostiene en una amplia variedad de seres vivos, sistemas, formas de alimentación y modos de habitar cada territorio. En este sentido, el desafío que enfrentamos hoy es construir sociedades lo más diversas y dinámicas posibles. No se trata solo de tolerar o aceptar la diversidad, sino de buscarla activamente, potenciarla y celebrarla en todas sus manifestaciones.
En el ámbito educativo, esta visión implica fomentar una diversidad auténtica en las escuelas. Más allá de los huertos urbanos que ya existen en muchos centros, y que podrían aprovecharse más, es posible integrar y cuidar una mayor variedad de especies, promoviendo así un aprendizaje más profundo sobre los ecosistemas y nuestra relación con ellos. También es crucial reconocer y celebrar la diversidad cultural y de procedencias en nuestras aulas. La riqueza que aporta la interculturalidad debería verse como una ventaja invaluable, en lugar de un desafío que debe «gestionarse».
Aunque es cierto que la falta de recursos en los centros puede representar un obstáculo, el punto de partida debe ser claro: la diversidad es un pilar esencial para una educación integral. Esta perspectiva no solo permite a los estudiantes comprender la importancia de la biodiversidad en la naturaleza, sino también desarrollar una sociedad más inclusiva y resiliente. En definitiva, la diversidad debe ser un eje central en nuestras comunidades educativas y en nuestra convivencia como sociedad.
Tejer comunidad y construir poder comunitario
Muchos de los desafíos que enfrentamos y enfrentaremos requieren de una sólida articulación comunitaria. En varios casos, esto implica confrontar instituciones públicas o entidades económicas que no priorizan el bienestar colectivo ni la vida en el centro de sus decisiones. Para exigir cambios reales y situar la vida como eje de toda política o medida, necesitaremos crear mayorías sociales comprometidas. Por ejemplo, cuando las comunidades escolares buscan, a través de la Revuelta Escolar, pacificar el entorno, reducir el tráfico de coches y recuperar espacios seguros, lo logran a través de una organización comunitaria transversal y activa, funcionando como un movimiento social legítimo que demanda transformaciones en el entorno en el que viven.
Para construir comunidad, es esencial desarrollar habilidades que faciliten el diálogo, la escucha activa, la resolución de conflictos y la búsqueda de consensos. Sin embargo, estas capacidades cruciales a menudo no se cultivan en la escuela, cuando, en realidad, este es un espacio ideal para aprender y practicar dichas competencias. La escuela, como núcleo social, puede convertirse en un lugar privilegiado para fomentar la cohesión comunitaria y formar ciudadanos comprometidos con el bien común.
Desenmascarar las falsas soluciones
Hoy en día, muchos problemas eco-sociales se están abordando mediante soluciones que, en realidad, resultan ser atajos ineficaces o superficiales. Un ejemplo claro es el desafío de la movilidad, que suele proponerse resolver simplemente reemplazando los vehículos actuales por coches eléctricos. Sin embargo, este enfoque es insostenible, ya que no existen recursos materiales suficientes para que todas las personas posean un vehículo eléctrico. Las soluciones reales deben priorizar la electrificación del transporte público y colectivo, promoviendo un cambio hacia una movilidad verdaderamente sostenible y accesible.
Es esencial, entonces, aprender a reconocer y desenmascarar estas «falsas soluciones». Muchas de ellas responden más a estrategias de marketing verde que a transformaciones estructurales; aparecen atractivas en lo individual, pero son inviables a gran escala. De hecho, mientras las soluciones individuales suelen beneficiar a unos pocos, las estrategias colectivas son las que verdaderamente pueden generar un cambio sostenible e inclusivo.
Educación para la Sostenibilidad: Aprender a Reparar
En la educación obligatoria hay conocimientos que se deberían incluir por su importancia en la vida cotidiana y en la sostenibilidad. Por qué en asignaturas como tecnología, en tercero de la ESO, se centran en aprender leyes eléctricas de un libro en lugar de enseñar habilidades prácticas, como reparar una lámpara, arreglar un grifo, cambiar el flotador de una cisterna, coser un botón o ajustar el bajo de un pantalón.
No son los únicos saberes que conducen a la sostenibilidad, ni mucho menos. Sin embargo, aprender a reparar, a cuidar lo que tenemos y a prolongar su vida útil fomenta una mentalidad que se opone a la cultura de usar y tirar. Esta habilidad de valorar lo que poseemos y saber arreglarlo en lugar de descartarlo, contribuye significativamente a la sostenibilidad.
De igual forma, aprender a consumir productos de temporada y a elegir alimentos que se producen localmente también fomenta un estilo de vida sostenible. Son pequeñas elecciones y prácticas que, integradas en la educación, pueden sembrar una cultura de respeto por el entorno y de aprovechamiento consciente de los recursos.
Espacios educativos, laboratorios de alternativas
El espacio educativo es un entorno que permite experimentar alternativas y llevar a cabo proyectos que actúan como verdaderos laboratorios de aprendizaje para múltiples iniciativas. Puede convertirse en un medio para crear una asociación ecologista, feminista o de solidaridad, o en un medio de comunicación alternativo. Este enfoque permite a los estudiantes explorar formas de organización y participación social que van más allá de las estructuras tradicionales.
Por ejemplo, en algunos centros educativos rurales, el huerto escolar no solo enseña habilidades agrícolas, sino que también permite producir alimentos que luego se venden en el mercado local. En estos casos, los estudiantes han creado una cooperativa de trabajo asociado que les permite descubrir en la práctica que la economía social y solidaria es una alternativa viable y funcional. Lo que muestra que no todas las empresas son sociedades anónimas o limitadas; también existen modelos cooperativos en los que muchas personas encuentran medios para salir adelante y contribuir al bien común.
Cataluña, y en particular la ciudad de Barcelona, cuenta con una riqueza notable en este tipo de economía social y solidaria, con una trayectoria histórica que pocas zonas en el estado pueden igualar. Esta experiencia en economía cooperativa es un recurso educativo de enorme valor, capaz de mostrar a los estudiantes alternativas empresariales, sostenibles y comunitarias, que ya están dando frutos en su entorno.